Freud al rescate de la neurosis pospandemia: "Somos personas cada vez más odiosas"
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En la primera ola de la pandemia, la psicoanalista Jamieson Webster trabajó en la unidad de cuidados paliativos de un hospital de Nueva York. Aquellas experiencias dolorosas en las que muchas personas no pudieron despedirse de sus familiares y amigos las volcó en una serie de artículos que aparecieron en The New York Review of Books. Pero sabía que ahí había algo más. Para ella todo lo que ocurrió empezó a despertar una serie de neurosis colectiva y una transformación de todos nosotros (y no precisamente para mejor, pese a todo lo que se dijo) que la llevó a escribir el libro
“Creo que hemos reprimido nuestras experiencias durante la pandemia y hay lecciones que aprender de compartir la misma atmósfera con casi 9.000 millones de personas en este pequeño planeta que es nuestro único planeta. Me da igual lo que Musk diga al respecto de Marte o lo que sea”, señala la psicoanalista a este periódico mediante cuestionario para intentar ilustrar el por qué del éxito de un libro lleno de razonamientos filosóficos y de textos extraídos de seminarios y libros sobre el psicoanálisis.
Pero también tiene algo más. Es un libro que se lee como un abrazo y cómo un intento de entender al otro muy en la línea de Judith Butler y aquello que señaló de que “no podemos vivir realmente sin asimilar a los demás”. Es un libro que busca llamar la atención sobre la desigualdad que, admite, no deja de crecer desde la pandemia y que nos está convirtiendo en personas “más desvergonzadas y odiosas hacia otras personas” reflejado en el triunfo político de líderes que dan alas a este tipo de comportamientos.
"La desigualdad no deja de crecer desde la pandemia y nos está convirtiendo en personas más desvergonzadas y odiosas"
Es posible que haya quien señale que el ser humano siempre ha sido así —el famoso pensamiento hobbesiano de que somos un lobo para el otro—, que el ser humano es depredador por naturaleza, pero Webster insiste en que, aunque esto pudiera ser así, “la pandemia ha hecho que cualquier apariencia de sociabilidad se desmorone”. En definitiva, que no nos cortamos un pelo, que la libertad es la nuestra y la de nadie más, que hay ofendidos por cualquier cosa, amargura por doquier y que no hay un mínimo interés por llegar a una entente cordial. Consecuencia de todo esto que ella observa en sus consultas: “Ahora nos encontramos con que todos nos sentimos solos, y al mismo tiempo, con una gran ansiedad social como si nuestra ambivalencia hacia los otros fuera el resultado de este doloroso tira y afloja (soledad y ansiedad) que está afectando a nuestros cuerpos”.
La respiración y el capitalismoDe ahí que tampoco le extraña que desde la pandemia se hayan popularizado la meditación, el yoga, el mindfulness, los ejercicios respiratorios. Se busca la calma ante un mundo que parece que haya emprendido una carrera alocada hacia no se sabe dónde. Para Webster es obvio que hay algunos que verdaderamente la han emprendido y somos los otros los que nos estamos quedando con la lengua fuera: “Los ricos están en una carrera brutal por el dinero antes de que estalle otra pandemia, una guerra mundial o una catástrofe medioambiental. Por tanto, ¿estamos en un mundo más realista que antes de la pandemia o es cínico el término más adecuado para describirlo?”, se pregunta de forma retórica.
Porque en esta carrera se saca rédito hasta de esta búsqueda de la calma. El capitalismo, una vez más, arrasa con todo. Hay empresas que ofrecen retiros a sus empleados (después de explotarlos para que la rueda siga funcionando); la industria editorial, que está al quite como pocas, ha visto la panacea en los libros sobre el mindfulness y la respiración -ahí está el suyo-, también han aparecido vídeos, podcast, apps para respirar mejor…
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A Webster, que no cree para nada que la búsqueda de sentirse mejor sea una bobada (al contrario, ella misma lleva varias décadas practicando yoga y no lo dejaría por nada) todo esto hasta le hace algo de gracia y acude de nuevo al cinismo que, según ella, impregna nuestra contemporaneidad. Hay algo de jipismo cutre en todo esto también.
“Parece que pensamos que si podemos respirar de forma correcta —es decir, libremente y de una forma consciente y meditativa— nos convertiremos en mejores personas y en una civilización mejor. Es una bonita idea, pero yo no creo que eso sea lo que nos lleve a ser mejores personas. Además, al mismo tiempo hay gente haciendo muchísimo dinero con apps de respiración aunque solo un pequeño porcentaje de la gente en este mundo respira una calidad del aire que cumple con los estándares de la OMS y nueve millones de personas mueren al año relacionadas con la contaminación del aire”. Sí, necesitamos calmarnos y alguien va a sacar dinero de ello mientras otra parte se muere asfixiada.
Freud al rescateLa respuesta a esta confusión que vivimos ella la encontró hace muchos años en el psicoanálisis. Se dedica a ello, por su consulta han pasado muchísimas personas y tiene claro que Freud dio con la tecla de todo hace más de un siglo. Incluso sirve para explicarnos nuestra neurosis actual con las redes sociales, con la dependencia tecnológica, con la inteligencia artificial.
“Freud descubrirá más adelante que una dependencia excesiva con respecto a la vista se presenta con gran incidencia en la neurosis, con sus impulsos extremos a mirar, espiar y vigilar, o su reverso, exhibirse, alardear, mostrar, actuar”, escribe Webster. Olvidamos el poder del olfato, nos centramos en los ojos e Instagram y Tik Tok recogieron su parte del botín aunque por ello la sociedad camine hacia el desquicie.
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El psicoanálisis, recuerda, consiste en “decir lo que te salga”, y eso es lo que más nos hace falta, según ella, para salir del atolladero de imágenes, de FOMO -esa angustia por no perderse todo lo que ocurre- de sentir que uno se queda fuera en esa carrera de los ricos. En su consulta neoyorkina Freud está otra vez de moda (si es que alguna vez se fue). “Es que creo que el psicoanálisis ha entrado en este vacío contemporáneo y es capaz de ayudar a hablar sobre la irracionalidad de una forma a la que no llegan los psicofármacos, la terapia conductista u otras terapias que son demasiado individualistas. A la gente parece que le vuelve a interesar el psicoanálisis y tiene una gran necesidad de él. Estoy segura de que volverá al olvido en algún momento, pero ahora está nuevamente en la mente de la gente”, sostiene.
Es consciente de que estas teorías también han tenido su travesía del desierto. A Freud se le ha criticado su misoginia, sus posiciones conservadoras… Sin embargo, Webster no encuentra ahí mucho fundamento. “Para mí, el mundo es violentamente misógino, pero cuando leía Freud y Lacan esa no fue la sensación que tuve. Ellos son, como dice Juliet Mitchell, descriptivos, no prescriptivos. Y ellos crearon muchas corrientes del feminismo. También leí un seminario en el que Lacan habla sobre una creciente segregación, una toma de control de la vida por artilugios tecnológicos y un malestar debido a nuestro poder de destrucción, no solo de uno sobre otro sino también del mundo natural. Eso fue en 1968. Imagino que puedes ver por qué es interesante hoy su pensamiento”, resalta.
"Lacan ya habla sobre una toma de control de la vida por artilugios tecnológicos y un malestar debido a nuestro poder de destrucción"
Y si se ha puesto el psicoanálisis otra vez sobre la mesa es porque también se ha puesto el lenguaje. La forma de expresarnos. Cómo lo hacemos, en qué contexto y hacia quién. Y la escucha. O la no escucha. En el libro también se detiene en la cada vez mayor falta de atención hacia el otro, aunque también reconoce que escuchar nunca ha sido algo sencillo. ¿Es verdad que antes escuchábamos mejor al otro? Quizá tampoco lo hicimos mucho. “Escuchar es difícil y extraño. Escuchar qué. A veces pienso en que fui al colegio durante más de 15 años para aprender cómo escuchar y todavía sigo intentándolo. Si tienes razón en que nos estamos dando cuenta de que no escuchamos porque Internet es una Torre de Babel, ¿quizás podamos llegar a algún lugar nuevo? Puede, pero quizá acabemos hablando con la IA y no entre nosotros”, especula. Un riesgo que no es del todo imposible.
En el cuestionario enviado a Webster le señalo que poco después del confinamiento entrevisté al filósofo Simon Critchley con quien ella escribió un libro —y me confiesa que a día de hoy es su ex marido, pero guardan buena relación—, y quien me dijo que lo peor de la pandemia es que sabíamos que tarde o temprano iba a ocurrir. También que creía que de esa experiencia todos deberíamos salir con mayor humildad hacia el otro, hacia el planeta… Y también que había llegado el momento en el que había que pensar detenidamente. Le digo a Webster que los deseos de su ex no se han cumplido demasiado cinco años después…
"Estamos en un momento de reevaluar la vida y espero que encontremos algo más sostenible que ofrezca más espacio para respirar"
“Tenía razón: ahora es el momento de pensar detenidamente. Pero, lamentablemente, los que estaban en el poder sí que pensaron con mucho cuidado cómo apoderarse de la mayor parte posible. El resto de nosotros no lo sé. Y sí, estamos en un momento de reevaluar la vida y espero que encontremos algo más sostenible que ofrezca más espacio para respirar”, zanja.
Dentro de cinco años le volveré a preguntar.
El Confidencial